Sobre o Holocausto

22.05.2012 10:41

O alumnado do IES Rosalía de Castro (Santiago de Compostela) outorgou hai uns anos o VI Premio Literario Arzobispo Juan de San Clemente ao escritor estadounidense Paul Auster pola súa novela Tombuctú. De Auster, narrador cunha ampla listaxe de libros publicados, acaba de ver a luz en castelán un aconsellable volume de carácter autobiográfico: Diario de invierno (Anagrama, 2012).

Hai unha parte desa obra na que Auster conta a súa vida en función das casas nas que habitou. Durante moitos meses na década dos setenta do século XX, o escritor estadounidense viviu en varios pisos parisinos. Nun deles había un piano. Para afinalo, contratou a un especialista que, casualemente, vivira na mesma rúa na que estaba o apartamento de Auster. Con el tivo unha conversa sobre o holocausto xudeo, do que foi responsable a Alemaña nazi. Pero non soamente:

«Es curioso», prosiguió, «pero resulta que yo vivía aquí durante la guerra. Por entonces era un buen barrio para encontrar piso.» Le preguntaste por qué. «Porque», contestó, aquí vivían muchos israelitas, pero luego estalló la guerra y se marcharon.» Al principio no caíste en la cuenta de lo que intentaba decirte; o no querías creerlo que te estaba diciendo. El término israelita quizá te desconcertara un poco al principio, pero tu francés era lo bastante bueno para saber que no era un sinónimo poco frecuente de la palabra juif (judío), al menos para la generación de la guerra, aunque según tu experiencia siempre arrastraba un matiz peyorativo, no tanto una rotunda declaración de antisemitismo como una forma de distanciar a los judíos de los franceses, de convertirlos en algo foráneo y llamativo, aquel pueblo extraño y antiguo del desierto con su curiosa vestimenta y su Dios arcaico y vengativo. Eso ya era bastante malo, pero la segunda parte de la frase apestaba a tal ignorancia, a tan deliberado negacionismo, que no estabas seguro de hablar con el mayor inocentón del mundo o con un antiguo colaboracionista de Vichy. Se marcharon. Sin duda a dar la vuelta al mundo en un crucero de lujo, de vacaciones ininterrumpidas durante cinco años, tomando el sol en el Mediterráneo, jugando al tenis en los Cayos de Florida y bailando en las playas de Australia. Querías que el ciego se largara, que se quitara de tu vista lo más rápidamente posible, pero cuando le estabas pagando no te resististe a hacerle una última pregunta. «Ah», dijiste, «y cuando se marcharon, ¿adónde fueron?» El afinador de pianos hizo una pausa, como buscando una respuesta, y cuando no se le ocurrió ninguna, se disculpó con una sonrisa. «No tengo ni idea», contestó, «pero la mayoría no volvió.»

Paul Auster, Diario de invierno, Barcelona, Anagrama, 2012, páx. 78.